Lo primero que me sobresaltó fue el miedo, cuando el día del elemento aire, truenos y lluvia mediante, me encomendaron la tarea de encontrarte.
No sé porqué tantas veces me ciega esta sensación, tal vez es el ego eclipsando mi alma y a mi propio poder personal. Pero estaba decidida, e iba a buscarte.
Marché sin saber muy bien por donde buscar , qué encontrar, ni hacia donde mirar.
Y en tal escenario minado de otros de tu especie, no sería empresa fácil triunfar.
Cómo saber cuando te presentarías?
Como escuchar lo que me dirías?
Pero con Fe caminé, me adentré, exploré...
Miré con los ojos, con la razón, juzgué con el parloteo incesante de la mente, pero no encontré hasta que involucré el corazón.
Y allí estabas, humilde, verde, débil. Tus ramas asomaban tímidamente, con la ingenuidad de un recién nacido, con la belleza de una ninfa, con la frescura de la brisa marina.
No tardé en sentarme en el regazo de tus raíces y escuchar tu silencio. Te había elegido, me habías llamado. Me aguardaba una enseñanza, un aprendizaje proveniente desde el seno de la Tierra, desde el corazón de mi Madre. Y fue allí que me regalaste la palabra HUMILDAD.
Así era como tu te elevabas, sutil, aéreo, entre tantos gigantes rodéandote, tapándote, impidiendo hacer que tu brillo resplandeciera. Pero allí estabas, perseverante, paciente, contemplativo. Y ahi crecerías, juntarías las fuerzas para elevarte, asentarías raíces fuertes y florecerías mil estaciones más.
Agradecí. Tu templanza, tu sencillez,la transparencia de tu esencia y tu belleza expresada en las verdes nervaduras de tus hojas.
Te honré, porque no corres con prisa a ningún sitio, tan solo creces, te alimentas del Padre y la Madre. Aprendes de tus iguales, que se alzan lejos arriba para alcanzar el sol, sobrepasando la oscuridad del bosque.
Confías. Confías en que tu tallo endurezca. En que la savia que corre por tus venas aumente su caudal. En que tu memoria celular acumule la experiencia y la sabiduría del cosmos, que cae hacia tí con la luz del sol, el rocío de la mañana, el agua subterránea que te nutre.
Y me adormecí aún escuchando tu rezo y tus cantos. Mis raíces se estarían asentando. Mis ramas deberían aún crecer, extenderse. Mi copa buscaría florecer, porque ya es tiempo de primaveras. y sobre todo, con humildad, debería ser acogida e integrada por el hábitat y comunidad del bosque, recibiendo el regalo de sabiduría de viejos robles.
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Amilde Z.
lunes, 29 de agosto de 2011
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