Eclipse II

Tinta china oscura
mancha la luna
en este eclipse de julio extraño.
Mi pluma, empachada de palabras, estalla.
Mi voz sin fuerza se calla y escucha.
Aguarda a la luna blanca para escribir en ella
versos reinventados, adorando un futuro que aún no se imagina a sí mismo.
Y como la luna,
con sus muchas caras,
mueren en este eclipse
todas mis máscaras.
Florece el amor
de mi luz y mi sombra,
despierto descalza en penumbras,
el Sol ya casi asoma. 

Los ecos del viento parecen susurrar mi nombre.

Cuando me pierdo,
la existencia me recuerda quien soy.

A contraluz

En la delgada pasarela entre la vida y la muerte
el brillo del alma se vislumbra a contraluz del eclipse.

El viejo Sol apabullante se mira a sí mismo opacado y es triste.
Se hunde con permiso en la profundidad del vacío,
arrastrado por las corrientes del inframundo,
la Luna Nueva testigo.

No hay llama viva.
No hay impulso.
Queda la quietud y la esperanza del resurgir.

Orgasmo de estrella fugaz
disolvente en el vacío.

Átomos de polvo candente
estallando y muriendo al gozo infinito.

Mi isla amurallada

En la isla amurallada de mis silencios
encierro mi alma, sepulto mi pasado
y evito las bestias marinas que merodean mis orillas.

Me siento segura, monte adentro,
segura pero triste por perderme cada amanecer que regala el cielo detrás del alto muro.

Trinidad de corazones,
mi yo, mi luz, mi sombra
amanece el trébol de la noche.
Acariciado con diamantes de rocío
y nutrido por el correr de las acequias,
aguas de mi río limpio.