Creo ser lo erróneo, a la vez que soy lo correcto, y nada, y todo, y un sinfín de interrogantes.
Me desquito, capa a capa, de pieles invisibles que me confunden. Me vuelvo pequeñita, vulnerable, al punto de inicio o de vacío. Me contraigo.
Permanezco desnuda, sosteniendo el no espacio. Me habito allí. No hay color, no hay aroma, no hay Verbo. No hay cuerdas que me sujeten a la salvación del ego.
Las piernas tiemblan, los pies intentan echar raíces en un pantano inseguro. Permanezco. Respiro. Me asiento. Todo es destrucción en el juicio final de mis creencias. La espada de la verdad corta las miles de formas de estas cabezas abrumadas.
Hay un sonido desolador de ultratumba. Es el silencio luego de la guerra.
Y permanezco. Sostengo. Me habito sin hábitos, me habito sin sueños. Me habito en el único abrazo sincero de mi piel descubierta. Tiemblo. Hay miedos. Hay una soledad compañera.
Existe una puerta trasera y pequeñita en el gran territorio interno. Ese es el acceso inconfundible al centro. Una luz acogedora se intuye desde fuera. Ingreso. No hay adornos. No hay matices. El ambiente se torna seguro. Es la dimensión detenida, casi suspendida en la no existencia.
Existo y me habito. Respiro. Soy Eso, muy desmenuzado, muy pelado al ras hasta llegar al corazón y al hueso.