Mi hombre es mediterráneo.
Huele a estrella de mar en su cabeza
y en su cuerpo a pan tostado con tomate restregado.
Sus cabellos rizados me relatan historias de sus antepasados,
quizás de más allá del desierto
o de los vientos del norte sin rumbo antaño.
Sus ojos
en días nublados
desprenden aroma a verde oliva de monte adentro,
y mis papilas se enloquecen con el toque a sal que su sudor desprende en el cenit del verano isleño apresurado.
Huele a estrella de mar en su cabeza
y en su cuerpo a pan tostado con tomate restregado.
Sus cabellos rizados me relatan historias de sus antepasados,
quizás de más allá del desierto
o de los vientos del norte sin rumbo antaño.
Sus ojos
en días nublados
desprenden aroma a verde oliva de monte adentro,
y mis papilas se enloquecen con el toque a sal que su sudor desprende en el cenit del verano isleño apresurado.