Tironeas desde cada querida extremidad mía,
descuartizando en pedazos mi alma y dividiéndome cada vez más.
Presionas.
Me imantas hacia tu oscuro costado,
y te aferras a mí,
tal como un anciano a su bastón.
No me dejas huir
porque hasta el momento no soy volátil
y permanezco encerrado en moléculas amigas de la gravedad.
Sofocas.
Tu presencia me ahoga como el vaho denso,
como ese calor pegajoso de verano que nos prohíbe respirar.
Pero no está lejos el día
en que mi materia escurridiza escape de tus dedos
y mi millón de átomos pueda al fin explotar.
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Amilde Z.
martes, 17 de noviembre de 2009
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