Llego a mi pequeño mundo de cuatro paredes,
después de un día tan agotador.
Es viernes noche.
El viento, cuando lo traduce el ventiluz del baño, suena casi más potente que una tormenta aterradora de campo.
Se oye a lo lejos, proveniente del mundito de al lado, el ruido del televisor con programas para perezosas mentes.
Me llevo al cuarto una copa de vino tinto, Malbec bien argentino.
La luz de escritorio hace entrever sus lindos tonos rubí.
Hesse y Benedetti. Osho y Guareschi.
Hacen cola para que los elija esta noche, para que los lleve a mi cama y toquetee cada página con el más delicado amor.
El cabello alborotado, masajeado y desatado. Mi maquillaje bien demacrado.
Me encanta no tener que estar prolija y ordenada
y parecer una salvaje ermitaña sin cuidado alguno por su aspecto.
Al menos durante la noche, porque nadie me ve.
Sábanas de flores y pijama a rayas. Que placer ahogarse en el tacto de estas telas bañadas de lavanda!
Miro de reojo antes de apagar la luz.
Al lado de la cama me acompañan las chinelas del abuelo bien agujereadas.
Cierro el telón del día viernes y sonrío.
Estando tan aparentemente sola, nunca me sentí más acompañada.
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Amilde Z.
sábado, 24 de octubre de 2009
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4 comentarios:
Excelente!
un relato encubierto en poesía!
Muy bueno Ami!... exelente la descripción.
De algo tan cotidiano hiciste una poesia y esta genial
que hermosa sensación.
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